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Con frecuencia padres y madres temen por el bienestar de sus hijos/as: que no les ocurra nada en el colegio, que no enfermen por nada, que no se caigan ni tropiecen de ninguna de las maneras... Se plantean todas las precauciones posibles, evitando que los/as hijos/as pasen por situaciones desagradables o traumáticas.
Es natural que cualquier progenitor quiere evitar el sufrimiento de los/as hijos/as. No obstante, estos padres y madres sienten gran fragilidad en sus hijos/as, y a pesar de que todos los niños y niñas son frágiles en gran medida, son estos mismos riesgos los que ayudarán en un futuro a desarrollar estrategias de afrontamiento.
Los padres y madres advierten constantemente a los/as hijos/as sobre las amenazas que existen en el mundo: no salir a la calle, no jugar, entre otras. Aunque es evidente el cuidado que quieren proporcionarles, lo que finalmente ocurre es que los/as hijos/as aprenden a desenvolverse por el mundo a través del miedo.
A medida que van creciendo y de la misma manera, necesitando otros espacios y personas que los del hogar de referencia, los padres y madres hiperprotectores se vuelven más controladores y culpabilizadores, viven los movimientos de individuación y/o separación de los/as hijos/as como una agresión hacia ellos/as, en vez de como un proceso natural.
Los/as hijos/as, por su parte, lejos de vivir lo que los padres y madres pretenden, que sería un lugar seguro, viven un exceso y continuo estado de tensión emocional en el que nada es seguro y desarrollan una escasa autoconfianza, ya que creen que si la madre/padre no se fía del mundo es porque el mundo no es un lugar fiable, y creen que sus progenitores no creen en sus posibilidades a la hora de enfrentar el mundo.
Para que los/as hijos/as no sufran, estos padres y madres no posibilitan que puedan aprender a través de experiencias propias, con sus consecuentes procesos ensayo- error, por lo que no pueden desarrollar una autoestima ni una confianza en sí mismos ya que no se ponen a prueba ni “se sacan las castañas del fuego”, y crecen atemorizados ante la visión pesimista de los padres y madres frente al mundo y frente a los recusos que disponen estos para encararlo.
Estos niños y niñas van a crecer en una dependencia excesiva de sus padres/madres, y ante ello pueden someterse a las necesidades emocionales y deseos de los padres/madres, es decir; no saliendo, no separándose; o por el contrario, pueden mostrarse desafiantes a todo lo que se les indique.
Ambas posiciones mostrarían mucha dependencia a la forma de vivir el mundo de la madre/padre y mucho temor por las situaciones que se dan en la vida. La mirada de los padres/madres penetra directamente al inconsciente y tiene un poder muy grande, mucho más de lo que cualquiera podría imaginarse, por lo que el temor hacia el mundo se inocula sin apenas uno pueda darse cuenta.
La forma de mirar a sus hijos/as va a condicionar los cambios que estos puedan hacer, que puedan crecer: ser más autónomos, hacerse cargo de ellos mismos, poder aprender de las experiencias tanto positivas como negativas y nutrirse a través de su propios procesos vividos.